Como si no bastara con el conflicto que ha costado miles de vidas desde 2014, Rusia y Ucrania se miden ahora en un nuevo pulso: el borscht.
El enfrentamiento gastronómico llegó con una petición ucraniana para inscribir como suya en la lista de patrimonio cultural de la Unesco a la tradicional sopa de color rojo dado por la remolacha.
El reclamo lo encabeza Levgen Klopotenko, un conocido chef de Kiev, quien recibió el respaldo del ministro de Cultura Oleksandr Tkachenko.
En otro momento, quizás, la propuesta pudo motivar una iniciativa común de varios países de Europa del este y central que saborean como suyo el humilde plato.
Pero en una actualidad de relaciones ríspidas la idea sumó otro elemento al conflicto. Como si se le hubiera echado demasiada crema agria al borscht.
Al presentar su propuesta Klopotenko dijo que no tiene intención de provocar un conflicto, pero aludió a la que consideró una intención de Rusia de apoderarse del plato.
Al respecto recordó que en 2019 el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia dijo en un tuit que la sopa es uno de los «platos más famosos y queridos» del país.
¿El borscht de la discordia o valor común?
Ambos países lo reclaman como parte de su cocina pero, lo cierto es que la disputa puede abarcar a toda una región donde el plato de origen medieval es considerado propio con algunas variantes.
Esta sopa de verduras se halla también en las mesas de Bielorrusia, Moldavia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania.
Pero con diferencias. Por ejemplo, a los polacos les gusta preparar un borscht blanco con salchichas.
Incluso dentro de Rusia y Ucrania hay modalidades diferentes que utilizan ingredientes como carnes rojas, frijoles, pimienta ahumada y hasta tomates.
Entre las variantes se incluye la forma de servirlo: frío o caliente.
Más allá de las disputas de origen, lo cierto es que el borscht forma parte de la cultura culinaria heredada en toda la región.
En un mundo ideal debería ser defendido como un elemento unificador de diversos pueblos. Pero, lamentablemente, en los tiempos que corren parece difícil llegar a un acuerdo de esa índole.
De cualquier forma las cartas (o el plato) están sobre la mesa de la Unesco. Veremos.
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